LA LEY DEL MÁS FUERTE Y LA COMPETENCIA COMO MOTOR DE LA EVOLUCIÓN
Por Arturo Cervantes
Cuando Darwin y Henslow desarrollaron su teoría de la evolución de las especies, tomaron en consideración los elementos científicos a su alcance en esa época. En este texto, Darwin propuso que las especies evolucionan (o, como lo dijo él, tienen "descendencia con modificaciones") y afirmó que todos los seres vivos pueden rastrear su ascendencia a un antepasado común. Resulta obvio que la aproximación realizada se basaba más bien en la morfología como base del “rastreo evolutivo” propuesto y, por ello, nuestra similitud corporal con los simios le llevó a deducir que nuestra ascendencia proviene del mundo de los primates. Sin embargo, con el desarrollo científico y tecnológico, las pruebas de adn y los estudios del genoma nos colocan a los humanos en cercanía con los cerdos, los gatos, las vacas y los ratones, lo cual echa por la borda la base morfológica para la deducción de la ascendencia o descendencia evolutiva.
Por otro lado, en la misma línea, Darwin se encontró con un bache en la continuidad de sus ideas, un hueco de información y de deducción, retomando la lógica seguida en sus trabajos después de este salto. La imagen que emerge, después del llamado “eslabón perdido” es fácilmente reconocible: un clásico de la divulgación científica, donde se ve de perfil una serie de personajes que caminan en fila india. El primero de la hilera es un mono, en general un chimpancé. El último, un hombre. Los cuatro o cinco seres que hay entre ellos representan la transición entre el primate y el humano. Es quizás la ilustración más popular para simbolizar la evolución humana. Pero, ¿es esto verdadero? ¿Es correcto colocar al ser humano como un animal evolucionado?
Siguiendo el orden ideas de Darwin, entonces la “supervivencia del mas apto” es una imagen central propia de su teoría evolutiva y del subsecuente darwinismo social, como una descripción alternativa de la selección natural. En su sentido esencial, se refiere a la supervivencia de ciertos rasgos sobre otros y que se reproducen en las siguientes generaciones, mientras que los que no subsisten tienden a desaparecer. El concepto fue acuñado en realidad por Herbert Spencer y retomado por Charles Darwin, pero diversos autores consideran que la frase se ha usado en contextos que no son compatibles con el significado original, y se ha señalado que desde el principio esta idea contiene una connotación social negativa que incita la supremacía de una raza o de una especie sobre otra, así como a dar preponderancia a la competencia entre semejantes como base de la supremacía.
Todo lo anterior viene a colación dado que el mundo occidental en el que vivimos fue construido sobre estas bases de pensamiento, tal vez como una base filosófica para la justificación de la supremacía de unos cuantos sobre las mayorías, contradiciendo la esencia social inherente al ser humano, la que ha demostrado a través de la historia ser el verdadero motor de la evolución cultural.
En la Escuela Waldorf, al estar fundamentados en el desarrollo integral del ser humano, en el reconocimiento al individuo y al entorno social como elementos indisolubles, las ideas de la competencia entre personas, de la supremacía y de quién es mejor que quién, son incompatibles con este modelo pedagógico. Para la Pedagogía Waldorf, cada individuo presenta destrezas pero también impericias, tiene un destino y un contexto familiar y cultural, que le van moldeando. Por ello, los años escolares (de los 2 a los 18 años) son el campo fértil para que los adultos alrededor les apoyemos desde la perspectiva de darles la mejor formación posible para la vida, no solamente para la suya propia, sino también para el grupo social con el que se irán desenvolviendo a través de los años.
De manera adicional, quiero señalar que los seres humanos tenemos nueve diferentes tipos de inteligencias para desarrollar y éste es un hecho ampliamente comprobado por la ciencia y difundido (en un próximo blog abordaré el tema a detalle). Los humanos, como característica única por sobre los demás seres vivientes de nuestra Tierra, mostramos -a partir de los 9 años de edad, más o menos- un temperamento preponderante con sus características intrínsecas, que conlleva elementos positivos y también un trabajo específico de equilibrio sano.
Adicionalmente, desde la perspectiva de la Pedagogía Waldorf, poseemos doce sentidos -no el reduccionismo mecanisista de cinco- que deben encontrar balance y desarrollo acorde con la etapa evolutiva de los primeros tres septenios de nuestras vidas. Ante tal complejidad inherente a nuestro ser, no es verdadero entonces partir de la competencia para definir quién es el superior, el ganador, “el macho alfa”. En realidad, es en la convivencia, en la integración, en el aporte individual a lo colectivo y lo colectivo actuando en el individuo, donde el ser humano puede alcanzar su totalidad, su plenitud en su propia vida y en la de quienes le rodean. Si competir, ganar, superar fuesen lo verdadero, no estaríamos enfrentando como humanidad guerras militares y comerciales, hambrunas y despilfarros, agotamiento irracional y comercial de los recursos no renovables de nuestro planeta y aceleramiento artificial del cambio climático… todo esto proviene de asumir como real la ley del más fuerte. Necesitamos dotar a los niños y jóvenes de hoy con elementos reales para el ser humano real y, esto solamente puede suceder, si los adultos a cargo salimos del pensamiento restringido y de los lugares comunes, para ir al encuentro de una verdadera esencia humana. El presente y el futuro nos lo demandan.
2023-02-03 | 02:30:38pm